miércoles, 26 de septiembre de 2007

LA DESAPARICIÓN DEL PAN DE 100

Mientras el ministro de Agricultura juega a “policías y ladrones” por Pradera y Florida en pos del “guiño uribista” para la Presidencia de la República hacia 2010, en todas las panaderías pueden leerse los avisos acerca de la eliminación del pan de 100. Con seguridad, Arias, apartado del infortunio que esto le causa a millones de hogares, sigue pregonando en sus correrías que es preferible sembrar uchuva que trigo. Lo que viene sucediendo con el pan y con los productos de esa cadena, que son alimento básico para el país, es el resultado tanto de desechar la política de soberanía alimentaria, entendida como el derecho de las naciones a producir al costo necesario los alimentos fundamentales para sus ciudadanos y que es mandato constitucional, como de adoptar la de “ventaja comparativa”, que no es más que la de producir cualquier cosa que podamos vender barato en los mercados internacionales con el fin de conseguir los ingresos para adquirir los alimentos en el exterior. El caso de la producción de trigo en Colombia es ejemplo de las graves secuelas que le trae a una nación acoger las entelequias de la “ventaja comparativa”. En el libro “El modelo agrícola colombiano y los alimentos en la globalización” registré que en 1912 la dotación en kilos por habitante de este cereal era de 6,8 y que en 1950 subió a 8,5 cuando se sembraban cerca de 150.000 hectáreas principalmente en la sabana de Bogotá, Boyacá y Nariño. El país era autosuficiente. Para 1982, esa superficie se redujo a 45.000 hectáreas y la dotación por habitante, pese a que la productividad por unidad de área se incrementó más del doble, ya había bajado inicialmente a 2,5 kilos en 1970 y a 1,7 en 1984. Con la apertura de los años 90 se llegó en 2000 a un kilo y, según datos de 2005, se mantiene en esa escala o algo menos. ¿Qué aconteció? Desde 1954, cuando el Congreso de Estados Unidos expidió la ley pública 480, mediante el Acta de Asistencia y Comercio en Agricultura, por la cual se otorgaban créditos subsidiados a países “beneficiarios” de importaciones agrícolas, Colombia se embarcó en compras masivas de este cereal y de cebada, incluidos algunos montos en forma de “ayuda alimentaria”. Luego de 1973, cuando ya se había quebrantado la producción nacional, principalmente de minifundio campesino, y un estudio de la AID daba cuenta de la “cooperación” en el cambio de la producción de trigo por otros géneros, el subsidio se acabó incluido el del consumidor. Fue la típica sustitución por dumping teniendo en cuenta que siempre el costo de producción colombiano de una tonelada de trigo ha sido inferior al estadounidense. Entonces se estableció la gran dependencia de los suministros externos para esos dos cereales, que pasaron de 110.000 toneladas anuales a 1’022.500 en 30 años y en el presente están cerca de 1 millón y medio, donde Estados Unidos ha predominado, excepto en el pasado reciente cuando Argentina le ha competido. Un pronunciamiento de U.S. Wheat Associates sobre el TLC afirma: “Las exportaciones de trigo de USA tienen gran potencial en Colombia. Tradicionalmente han dominado el mercado con una participación del 60%”. Así mismo, se queja de las ventajas de los gauchos en el acuerdo CAN- Mercosur, de las cuales ellos no podrán gozar mientras no entre en vigencia el Tratado. Vale agregar que las importaciones hacia Colombia las hace un oligopolio, que aumenta su margen cuando vienen los ciclos al alza. Un ciclo como esos es los que el mercado mundial del trigo está viviendo. Un Informe del Consejo Mundial de Cereales de agosto de 2007, que reporta “la reducción de la disponibilidad mundial”, añade que “los precios de exportación de los cereales registraron un fuerte avance en agosto, encabezados por subidas de entre $20 y $35 para el trigo. Un nuevo aumento fuerte de las tarifas de flete marítimo incrementó aún más los gastos de los importadores. Además del impacto del tiempo adverso del verano sobre los cultivos de trigo en el hemisferio norte, y especialmente sobre los rendimientos y la calidad en Europa, los mercados se vieron apoyados por la fuerte demanda de importadores que procuraban cubrir sus necesidades ante una nueva subida de los precios internacionales”. En ese infierno quedó Colombia, con su extinto pan de 100, como todos los países que se vuelven dependientes y de ñapa terminan padeciendo la especulación indignante con la comida. Solo resta esperar si nos salva la fórmula que Arias difunde sin sonrojarse: “Con la uchuva que se venda se podrá comprar el trigo necesario…la uchuva genera mayor valor y empleo por unidad de superficie cultivada”. Una auténtica ficción.