martes, 7 de agosto de 2007

PERFIL AURELIO SUÁREZ MONTOYA

La Hoja de Bogotá. Junio de 2007

Por Santiago Espinoza

Apoyado en la realidad, nutre con cifras sus convicciones de ayudar a construir una mejor ciudad.

Desgarbado, flaco y locuaz, aparece casi por lo general en medio de los debates al TLC. En las universidades, en los foros gremiales o en los salones del Congreso, comenzó a sonar este conferencista de 1,71 de estatura, modelo 1953, que oculta el insomnio tras unas enormes gafas de investigador. No de ahora, dicen quienes lo conocen, sino desde siempre, tan pronto le dan la palabra en cualquier recinto, es como si entrara una aplanadora: con su discurso pausado y combativo a la vez, le bastan entre 15 y 20 minutos para convertir cualquier audiencia en un mitin contra el libre comercio. Y no es para menos: maneja cifras más actualizadas que el gobierno; al power point de los tecnócratas opone un uso cuidadoso del castellano y le basta un chiste para mostrar que las tesis neutras y sonoras a favor del tratado, son en realidad –según él- un maremagno de contradicciones.

Ministros y especialistas han tenido que padecerlo. ¿Quién es ese tipo? Se preguntaban mientras sacaban los portátiles para verificar las cifras o esperaban en los celulares una llamada salvadora. ¿De dónde salió este tal Aurelio Suárez? Fue entonces cuando tuvieron que recordar los años universitario, aquellos 70 cuando el mayo del 68 francés se vivió en las aulas de la Universidad de los Andes. Aurelio, el entonces estudiante de Ingeniería Industrial, fue una de las cabezas de aquella revuelta que, entre la música de Manis Joplin y las ideas de Mao Tse Tung transformó para siempre la vida universitaria.

Fue allí donde comenzó su carrera política, cuando se sumó al partido que ocupa ya 35 años de su existencia, el MOIR, y cuando conoció a la sombra tutelar que ha seguido rondando, con plena persistencia, todos los actos de su vida madura: Francisco Mosquera, el fundador al que le debe, en sus propias palabras, el hecho de haberse convertido en un "constante indagador de la realidad", en un hombre que, como el salmón, tiene la profesión de la contracorriente.

De aquellos años en los Andes le quedó a Aurelio la que ha sido su eterna pareja: la política, pero también le quedó la presencia irremplazable de su mejor amigo, el Senador Jorge Enrique Robledo. Hombro a hombro lideraron la revuelta, cuando a Aurelio lo echaron de la casa –era los tiempos cuando la izquierda era el sinónimo del diablo-, se fue a vivir a casa de Robledo, y como la plata no alcanzaba, tuvieron que partir los panes y los huevos, para desayunar los dos frente a un solo plato. En el momento que acabaron sus carreras, el MOIR ordenó a sus cuadros partir para la provincia en la llamada política de "los pies descalzos". Robledo se fue a Manizales; Aurelio, a Pereira, y mientras investigaban el café, viviendo y sufriendo al lado de los campesinos, se volvieron catedráticos universitarios y conformaron la agremiación que hoy sopesa las políticas de la Federación de Cafeteros: Unidad Cafetera. Los dos, cada cual por su cuenta pero en las mismas correrías de la política, conocieron buena parte del país, 40 países del mundo, y se volvieron la voz visible de unos agricultores que eligieron a Aurelio en 1994 Diputado de Risaralda, y a Robledo, más tarde, Senador de la República. Hablar del uno es hablar del otro, hasta confiesa Aurelio, en una anécdota que ilumina aquella vida compartida: "como tenemos la misma estatura, hasta nos casamos con el mismo vestido".

Después de tantos años de resistencia civil, Aurelio, para conformar el Polo Democrático Alternativo, dirigir la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria y apoyar la Red Contra el ALCA y el TLC (RECALCA) se devolvió al frío y a los afanes bogotanos. Carlos Gaviria, desde cuando lo vio hablando por primera vez, tradujo esa admiración mutua en trabajo político y lo nombró su asesor de campaña. En la capital se re-encontró con sus amigos y detractores, dice: "cuando me metí en esto hubo gente que me dijo que estaba botando mi vida. Creo que hoy puedo demostrarles lo contrario". Y ahí se le ve, en los cafés o en los auditorios, discutiendo, explicando modelos económicos en los reveces de las servilletas; agitando las manos como si machacara los argumentos con el filo de las palmas. Tiene una memoria tan prodigiosa para los nombres y las cifras, que no tiene que envidiarle nada a una de sus grandes pasiones, las novelas de Balzac. También es un hombre que, como buen marxista, entiende la relación inseparable entre la teoría y la práctica. De ahí que inmiscuya la política en todos sus asuntos, hasta para explicar las derrotas deportivas de su querido millonarios. Algunos lo han apodado el "polemista", y sobre esto responde: "se quejan porque decimos a todo que no. Pero yo les pregunto hoy: ¿a qué cosa se le puede decir que sí?".

De esta insatisfacción por la situación actual, como resultado de muchos años de trabajo político, investigación académica, Aurelio lanzó su candidatura para el Concejo de Bogotá, apadrinado por el amigo que lo ha acompañado en todas sus batallas, Jorge Enrique Robledo. "Mi propuesta es ir en contra del modelo neoliberal. Mostrar que Bogotá no es la 'ciudad bonita', que es una ciudad fragmentada entre algunos pocos que se llevan los beneficios, y la gran mayoría que los padece. Aquí el problema principal no es la movilidad, es la movilidad social: estamos en una ciudad donde el que nace pobre, muere pobre, y eso es lo peor que le puede pasar a una ciudad". Así argumenta, con la vehemencia y la precisión del que ha entregado su vida a la política y su voz a los que no la tienen.

El último libro

Aurelio ha escrito cinco libros de Economía Política. El último, El modelo agrícola colombiano y los alimentos en la globalización, fue el título de su género que más se vendió en la última Feria del Libro.