No hay actividad del Polo Democrático Alternativo que no sea demeritada. Si se pronuncia sobre crímenes atroces, se analiza hasta el último matiz del respectivo documento para inferir si está guardando el pleno rigor en la delimitación de sus propósitos con los de quienes hoy continúan utilizando la barbarie contra la población. Y, si no se pronuncia, entonces se colige que es un partido terrorista. Si se produce una diferencia interna, se especula en torno a ella y se intenta incendiar la discusión. Si el Polo moviliza masivamente a la población contra los esperpentos legislativos del uribismo, como el TLC o la reforma constitucional al régimen de transferencias, se le increpa que “iban niños” en las marchas de protesta. No hay duda de la existencia de una sistemática cruzada de descalificación y de “polarización” de la opinión contra el Polo, de crear un ambiente entre los ciudadanos de refracción a este partido, de tal modo que se produzca una suerte de acto reflejo que condicione el rechazo a todo lo que de allí provenga con la única razón de que todo lo que sea del Polo es nocivo.
Desde el “terroristas vestidos de civil”, que Uribe espetó en la campaña hacia su segunda elección presidencial, las calumnias contra el Polo pasan sin cedazo como algo natural de la vida nacional. Esta orquestación expresa en últimas un gran temor hacia un partido de izquierda democrática, como nunca había existido en Colombia, que en algo más de un año eligió cerca de 20 congresistas, quienes han librado los más importantes debates políticos, que se unificó alrededor de un programa común, estableció normas democráticas de funcionamiento y su propia estructura organizativa para lo cual eligió entre más de medio millón de afiliados de toda Colombia a 3.500 delegados quienes en el Primer Congreso del Polo debatieron sin cortapisas sobre todos los aspectos relativos a su plataforma ideológica, a la táctica y a la estrategia y a las normas estatutarias, entre otros. Y lo que definitivamente parece resultarle una pesadilla al establecimiento es rememorar el segundo lugar del Polo en las elecciones presidenciales de 2006, con 2’600. 000 votos para Carlos Gaviria Díaz.
Quizás el modo más agresivo contra el Polo es el de querer interferir, mediante distintos tipos de manipulación, como encuestas, editoriales y una que otra desinformación de mala fe, en sus decisiones; incidiendo a favor de los sectores que de modo subjetivo los analistas del régimen catalogan como “más democráticos” y en contra de aquellos tenidos como “radicales”. ¡Cuánta tinta se ha gastado en “recomendar” cómo debe configurarse la lista del Polo al Senado o quién debe ser el candidato o candidata para una u otra posición! Al final de cada episodio se vuelve a registrar con desánimo que los “radicales” vuelven a imponerse y a continuación se pronostica que así el Polo “irá al despeñadero”.
La más equívoca de las conductas adoptadas contra el Polo es la relativa a sus consultas internas para seleccionar candidatos a distintas alcaldías y gobernaciones y, en particular, a la de Bogotá. Durante más de dos meses se insistió, a través de diversos mecanismos, en sugerir el resultado deseado y, cuando éste no se dio, refundiendo la participación de los ciudadanos en una elección general con la que es propia de este tipo de eventos limitados exclusivamente a los afiliados tal como lo fijan los estatutos de cada agrupación, se ha armado un escándalo acerca del supuesto derroche de dineros públicos utilizados para tal fin y llega a hablarse de “abstención del 96%” como si todos los colombianos pertenecieran al Polo o a los partidos convocantes. Con una lógica neoliberal fiscalista se mide exclusivamente el retorno de las consultas internas partidarias, las cuales hacen parte de un conquista democrática que tiende a fortalecer a las organizaciones políticas, sobre todo a aquellas como el Polo, que han superado el “método del bolígrafo” o el de la anarquía para seleccionar a sus dirigentes, y que dan ejemplo de civilidad y democracia. Esto es quizás lo que más parece doler: que la izquierda esté a la vanguardia en un campo en el cual las colectividades tradicionales y sus variantes, incluidas las que han recurrido a la violencia para imponerse en vastas regiones del país, eran quienes supuestamente decían la última palabra. Ahora el Polo las ha puesto en evidencia.